Mientras el avión despegaba sintió que la vida se iba terminando. Hacía balance y pensaba que había sido injustamente tratado. Cuando tenía doce años su padre murió fulminado por un rayo mientras trataba de proteger al ganado de la tormenta, por lo que desde bien pequeño había sido el sustento de una familia numerosa. Su madre y sus seis hermanas siempre fueron su preocupación y su destino. Por que ellas estudiasen él no lo había hecho. Para que ellas fuesen adolescentes, él había sido siempre adulto.
Trabajó sin descanso diecisiete horas al día durante treinta días al mes setenta y ocho años seguidos. Su máxima preocupación siempre fue que el campo diese el alimento necesario para poder comer. Trabajo y trabajo a cambio de poco fruto.
Pasó hambre y frío. Pasó hambre e insolaciones. Superó dos neumonías y sabe Dios cuantas otras cosas. Se casó con la única mujer soltera que conoció. Era la hija de los vecinos de sus padres, e inconscientemente siempre habían sabido que iban a casarse.
Sabina le había dado cinco hijos, pero tres de ellos, justamente los tres varones, murieron antes de cumplir dos meses.
Así que de pronto se vió con una madre, una esposa, seis hermanas y dos hijas a las que amamantar.
Miraba a su hija Isabel que iba a su lado en el avión. Le había dejado el lado de la ventanilla, aunque las nubes le impedían ver nada. Coño, hasta en eso había tenido mala suerte - pensó.
Era la primera y seguramente la última vez que volaba en avión y le hacía ilusión contemplar desde el aire las tierras que con tanto esfuerzo había trabajado tantos años.
Sólo había salido de Matilla de Arzón el día de su boda con Sabina. Se habían casado en Pobladura del Valle y los veinte kilómetros que los separan había sido su único viaje.
Y ahora estaba en un avión, sin saber el destino, asustado, amojamado, arrugado, agradeciendo algo que no sabía, con lo único con lo que sabía mostrar gratitud, su mirada y su afable gesto.
El puto cáncer, del que sólo había oido hablar por televisión, se llevó a su pequeña Raquel sin que tuviese tiempo de hacerle abuelo e Isabel ya habia cumplido los cuarenta sin que se le conociese novio. En una ocasión le dijo que era lesbiana, pero él dijo que no sabía qué significaba eso y que si se iba a morir. Isabel sonrió, le miró a los ojos y le besó en la mejilla.
Había envejecido sin ilusión, como había crecido y como se había hecho un hombre. Y ahora estaba allí, en el avión, llegando a los noventa y uno con más pena que gloria.
Se bajaron del avión y se montaron directamente en un taxi.
Isabel le vendó los ojos, sin hacer caso a las indicaciones de su padre, que protestaba airadamente.
Nada más bajar del taxi caminaron unos metros, Isabel le quitó la venda y se alejó unos pasos.
Arcadio se quedó callado, inmóvil, con los ojos abiertos como luna llena, contemplando lo que siempre había soñado. El ocaso reflejándose en el mar, la suavidad de las olas besando la orilla, la brisa con olor a sal empujando sus mejillas, la mesura de la espuma adornando el azul del mar.
Por primera vez en su puta existencia los ojos se le llenaron de lágrimas y supo que, de un modo u otro, su vida había merecido la pena.
Trabajó sin descanso diecisiete horas al día durante treinta días al mes setenta y ocho años seguidos. Su máxima preocupación siempre fue que el campo diese el alimento necesario para poder comer. Trabajo y trabajo a cambio de poco fruto.
Pasó hambre y frío. Pasó hambre e insolaciones. Superó dos neumonías y sabe Dios cuantas otras cosas. Se casó con la única mujer soltera que conoció. Era la hija de los vecinos de sus padres, e inconscientemente siempre habían sabido que iban a casarse.
Sabina le había dado cinco hijos, pero tres de ellos, justamente los tres varones, murieron antes de cumplir dos meses.
Así que de pronto se vió con una madre, una esposa, seis hermanas y dos hijas a las que amamantar.
Miraba a su hija Isabel que iba a su lado en el avión. Le había dejado el lado de la ventanilla, aunque las nubes le impedían ver nada. Coño, hasta en eso había tenido mala suerte - pensó.
Era la primera y seguramente la última vez que volaba en avión y le hacía ilusión contemplar desde el aire las tierras que con tanto esfuerzo había trabajado tantos años.
Sólo había salido de Matilla de Arzón el día de su boda con Sabina. Se habían casado en Pobladura del Valle y los veinte kilómetros que los separan había sido su único viaje.
Y ahora estaba en un avión, sin saber el destino, asustado, amojamado, arrugado, agradeciendo algo que no sabía, con lo único con lo que sabía mostrar gratitud, su mirada y su afable gesto.
El puto cáncer, del que sólo había oido hablar por televisión, se llevó a su pequeña Raquel sin que tuviese tiempo de hacerle abuelo e Isabel ya habia cumplido los cuarenta sin que se le conociese novio. En una ocasión le dijo que era lesbiana, pero él dijo que no sabía qué significaba eso y que si se iba a morir. Isabel sonrió, le miró a los ojos y le besó en la mejilla.
Había envejecido sin ilusión, como había crecido y como se había hecho un hombre. Y ahora estaba allí, en el avión, llegando a los noventa y uno con más pena que gloria.
Se bajaron del avión y se montaron directamente en un taxi.
Isabel le vendó los ojos, sin hacer caso a las indicaciones de su padre, que protestaba airadamente.
Nada más bajar del taxi caminaron unos metros, Isabel le quitó la venda y se alejó unos pasos.
Arcadio se quedó callado, inmóvil, con los ojos abiertos como luna llena, contemplando lo que siempre había soñado. El ocaso reflejándose en el mar, la suavidad de las olas besando la orilla, la brisa con olor a sal empujando sus mejillas, la mesura de la espuma adornando el azul del mar.
Por primera vez en su puta existencia los ojos se le llenaron de lágrimas y supo que, de un modo u otro, su vida había merecido la pena.
12 comentarios:
Un relato precioso, está claro que tu reciente primer premio literario no fué por casualidad y que no va a ser el único.
Gracias por compartir con nosotros tu maestría
Merche
Gracias Merche por tus palabras. No hay nada mejor que sentirse admirado.
Besos
Gran relato con un final espléndido. Soy una enamorada del mar y he podido sentir la misma dicha que Arcadio al tenerlo todo para él.
Gracias por el relato y por darnos a conocer "Seda". Me ha gustado mucho, es un libro en cierta manera simple que encierra sentimientos que no se pueden definir con una sola palabra
Gracias Lúcida, por tus palabras y por hacerme caso en leer "seda". Estoy seguro que habrá merecido la pena.
Besos
He llegado hasta aquí a través de uno de sus comentarios en otro blog y me encuentro con esta delicia de texto. Gracias por compartirlo con el mundo.
Si me lo permite, volveré a visitarle.
Un saludo
La esperanza se convirtió en vida.
Me ha gustado mucho.
Saludos
sommer:
Pues bienvenido a mi espacio, espero lo disfrutes....
Silvia: Muchas gracias por tus cariñosas palabras. Estaré encantado de verte por aquí muchas más veces.
Oshidori: efectivamente el mar, que lo cura todo. Gracias por tu visita.
July, lo mismo te digo, espero verte más a menudo por aquí.
Lúcida y Sommer, teneis razón; el mar lo cura todo. En unas vacaciones que pasé en Asturias, sentada en el paseo de la playa de San Lorenzo, en Gijón, tomé una de las decisiones mas importantes de mi vida. Y vivo en una isla, rodeada de mar, no hay nada que lo supere en grandiosidad.
Quien no conozca el mar, no sabe lo que se pierde.... Aunque dicen que ojos que no ven, corazón que no siente...
Irene
Irene
Irene si has estado en San Lorenzo habrás podido comprobar cómo el mar abraza la ciudad.
Gracias por tus comentarios.
Besos.
Realmente su vida estaba allí, donde acaba la tísica y desagradecida tierra en que le tocó vivir.
Me pregunto qué será de él después. Creo que no volverá atrás pues si tocas la espuma del mar como anciano ya no podrás volver, ella te atrapará para siempre. Te enseñará las infinitas formas por las que se puede patinar sobre su hermana agua, como despedazarse en millones de partes para volver a ser un frente blanco que ennegrezca cualquier corazón humano que este cerca.
Encontró la verdadera libertad.
Pobre Isable porque tendrá que conseguir una barca para su padre.
Un placer leerte
Blas
Gracias Blas, viniendo de ti, el orgullo por sentirse leído aumenta exponencialmente.
Un abrazo.
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