lunes, 22 de febrero de 2010

Dulce venganza

En un acto de sinceridad impropio de mi, he de admitirles, que nunca he ido sobrado de coraje, bien podría decirse sin miedo a equivocarse, que siempre he sido hombre con poco arrojo, o carente de bravura y agallas, o para que todos me entiendan, siempre me han faltado cojones para hacer frente a los macarras, que por decenas circulaban, como aves de rapiña, por los alrededores de mi barrio, obrero y humilde como pocos, cuando yo era, años hace de eso ya, adolescente imberbe. Con ese panorama, no era de extrañar que fuese blanco fácil para aquellos que querían ganarse un dinerillo rápido a costa de mi más que humilde paga semanal, que después del “impuesto revolucionario” se quedaba en decrépito y decadente jornal, a duras penas suficiente para entrar en la discoteca.
Sobre todo se ensañaba conmigo un personaje que, todos los sábados, fuese cual fuese la hora y la ruta elegida, me encontraba, como buitre que huele a muerte y me robaba.
Como el destino es justo a la par que caprichoso, hoy ha entrado el susodicho a mi despacho con una gorra entre las manos y haciendo reverencias hasta perder la dignidad. Al reconocerme dudó si seguir, o dar la vuelta, aunque finalmente, en acto que lamentaría más tarde, optó por lo primero, con el objeto de pedir el favor de adelantarle una fecha de intervención. Tras unos instantes de buscado silencio, leyendo su historial clínico, y con el gozo dibujado en mi rostro, apostillé:
- Creo que hay un error. Con su diagnóstico, es extraño que no le hayan hecho una Rectoscopia con un tubo de 16 mm..... Tendré que hablar con el Cirujano y adelantarle, por supuesto, la fecha de la prueba, antes de la intervención quirúrgica...


martes, 2 de febrero de 2010

Peatones suicidas

Este tipo de sujetos, notoriamente más abundantes en zonas urbanas, suelen valerse de su condición de bípedos andantes, para, sin ningún tipo de prudencia y haciendo gala de una temeridad propia de un Legionario después de ver Conan el Bárbaro, atravesar los pasos de peatones con altanería y pasotismo, vacilando y presumiendo de haber sido el causante de un frenazo, que en los boxes de la Fórmula 1 catalogarían de histórico. No contentos con semejante demostración de poderío, suelen disminuir su deambulación de manera misteriosa, mientras dura el paso de peatones, y acompañar el acto con una mirada desafiante a quien, incrédulo observa la acción desde el coche.
Basta un simple gesto de reprobación por parte del conductor para que el protagonista de nuestro artículo comience a escupir impropios calificativos y a gesticular de manera notoria, aduciendo no se qué artículo del código de circulación que otorga preferencia de paso.
Rogaría a mis afamados lectores, que si se cruzan con algún personaje como el anteriormente descrito, se abstengan de atropellarlo y mucho menos salir después del coche y pisarle la cabeza, como seguramente a más de uno, en acto reflejo, le apetecería.