domingo, 30 de marzo de 2008

Sin pensar

Cuando la oscuridad lo cubrió todo mientras me alejaba de la ciudad en el lujosísimo asiento trasero de aquel Rolls Royce Phantom empezé a darme cuenta de que algo no iba bien.

A los mandos del carro, un mas que probable obediente chófer que no había visto en mi vida. Parecía, eso si, buena gente. Era exactamente igual que los chóferes de las películas. Alto, delgado, de semblante amable y ligeramente arrugado, impolutamente vestido con un traje gris marengo y corbata granate abrochada sobre una camisa blanca con gemelos dorados. Se había acercado con parsimonia, elegancia y discreción:

- ¿Señorita Badiola? – preguntó con una afable sonrisa y voz aterciopelada, casi femenina.
- Si, yo soy – acerté a contestar
- Si me acompaña, el señor Villar de Esnaola la espera para cenar en su casa.

Me levanté sin pensar en nada y le seguí. Abrió gentilmente la puerta trasera del Rolls, cerró la puerta cuando se hubo asegurado que yo ya estaba correctamente sentada y tras darle una buena propina al aparcacoches se sentó en el asiento del conductor, me miró por el retrovisor y me dijo:
- Si le apetece beber algo, encontrará algún licor en la nevera. Sólo tiene que apretar el botón dorado. No tardaremos mucho. Espero que se sienta bien.

Le devolví la mirada por el retrovisor y asentí con una ligera mueca de agradecimiento.

“Villar de Esnaola”, pensé. Claro V.S. Cuántas veces me había preguntado a quien pertenecían esas iniciales desde que hace casi dos meses había leído la tarjeta que me había llegado junto con doce rosas rojas.

“¿Y por qué no?
V.S.”

Desde entonces, todos los lunes en mi despacho aparecía un ramo idéntico a aquel, aunque siempre con una tarjeta distinta. Siempre firmaba V.S. “Claro Villar de Esnaola”, pensé.

“Siempre soñé envejecer al lado de una mujer como tu”
V.S.”


Mis compañeros, siempre discretos, me miraban con sorpresa cada lunes, pero nunca preguntaron. Asumían, ingenuos, que por fin mi suerte había cambiado y el amor había llamado a mi puerta.
Hace ahora tres semanas fue la primera vez que me invitaba a cenar. Lo hizo, esta vez, acompañando un Citizen Silhouette increíblemente precioso.

“Me encantaría cenar esta noche contigo.
Cuando estas agujas marquen las nueve de la noche,
te esperaré en el Restaurante del Ritz.
V.S.”


No acudí, pero el lunes siguiente las flores volvieron a aparecer. Deseché otros tres ofrecimientos, pero las flores siguieron llegando.

Ni siquiera ahora comprendo por qué acepté en esta ocasión. Siempre había sido educado, amable, atento, desprendido, justo en un momento en el que yo necesitaba precisamente eso. Y acepté la invitación.

Y ahora mientras me alejaba en aquel lujoso coche empecé a dudar. No le conocía de nada, no le había dicho a nadie a donde me dirigía aquella noche, ni siquiera nadie sabía quién me enviaba flores. Yo y mi maldita personalidad egocéntrica. Mi estúpido afán de salvaguardar mi intimidad.

Mientras la noche se hacía mas lóbrega, mi hálito se secaba y a pesar de ser agosto, sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo...

martes, 25 de marzo de 2008

Haruki Murakami

Cuando a mis manos llegó Tokio Blues, Norwegian wood no imaginaba encontrarme lo que me encontré. La sencillez con la que escribe hace que la lectura sea fácil. Expresivo y puntilloso hace del relato un arte.

La historia desgarradora, conmovedora, sarcástica. El amor en estado puro, la vida y sus complejidades, la muerte y la risa todo junto.


Si cierro los ojos puedo escuchar a Reiko tocar una y otra vez con la guitarra esta canción.

Quizá sea mejor transcribir lo que dijo Rodrigo Fresán en el PAIS "Advertencia: Murakami -al igual que los Beatles- produce adicción, provoca numerosos efectos secundarios y su modo de narrar tiene algo de hipnótico y opiáceo".

He leido pocos libros que me hayan gustado tanto.

sábado, 22 de marzo de 2008

Eutanasia


La muerte de Chantal Sébire, la profesora francesa que reclamó a los tribunales franceses una muerte digna, ha reabierto el debate sobre la eutanasia en el mundo. La pobre mujer, a la que no sólo se le había deformado por completo el rostro sino también el alma, que había perdido casi completamente la visión y que padecía dolores insoportables murió el pasado miércoles.

Si esta mujer en lugar de haber nacido en Francia lo hubiese hecho en Suiza, Holanda o Bélgica hubiese decidido libremente en qué fase de su enfermedad terminal acabar con semejante sufrimiento, habida cuenta que estos paises tienen reconocido como un derecho la Eutanasia activa.

Las autoridades francesas no conformes con haber denegado el derecho a decidir por su propia vida, aún cuando ella había apelado a la humanidad de la justicia ante la atroz enfermedad que padecía, han decidido realizarle la autopsia para saber si se murió por causas naturales o ayudada por alguien. De nada sirvió que la familia pidiera clemencia, justicia humanitaria, que se la dejase descansar en paz. De nada sirvió....
Se han justificado afirmando que de todo parecía indicar que Chantal hubiese podido vivir unos días más, quizá alguna que otra semana. De lo que no hablaban es que esos pocos días que le quedaban los pasaría gritando de dolor, ciega, demente, en unas condiciones lamentables....

Como la Iglesia hacía días que no cagaba fuera de la pota se han salido por la tangente afirmando que rechazan la Eutanasia porque Cristo murió dignamente, sin cuidados paliativos....

Hay que joderse.... también hace un siglo se moría de gripe, y ahora el Papa toma Aspirina cada vez que le caen los mocos....

viernes, 21 de marzo de 2008

La Covada

Revisando papeles antiguos en casa de mis padres encontré por casualidad un libro que habla sobre las antiguas costumbres astures (y parece ser que también del resto del territorio español). Me ha dado por leerlo y he encontrado cosas muy sorprendentes.

Habla bajo el término "ritos de paso" sobre un modelo, común a diferentes culturas humanas, que permitiese dar explicación coherente a los complejos rituales que tenían lugar en el proceso de paso o transición de un estado a otro cada uno de ellos coincidentes con las etapas más determinantes en la vida de un individuo: el nacimiento, la pubertad, el matrimonio y la muerte.

En el nacimiento (por ahora el único que he leido) habla de la covada que consistía (según los antiguos ástures) en los especiales cuidados que se prodigaban al padre tras el nacimiento de un hijo, ya que era él el que se acostaba con el recien nacido, mientras la reciente madre (que se seccionaba ella misma el cordón umblical, pues paría sola) les atendía a ellos y realizaba sin desmayo las tareas habituales de la casa.
Buscando literatura sobre la covada, encontré una que decía que la covada era una forma de compartir el dolor por parte del padre, acostándose en una cama mientras la madre paría, el padre gritaba como si estuviese él pariendo.... Qué hombres los de antes...

Voy a leer qué dice el libro del embarazo.... pues seguro encuentro "cosas interesantes"....

jueves, 20 de marzo de 2008

Sebastián Romero (2)

Esta mañana he subido en el ascensor con mi vecina. Me ha mirado raro porque llevaba un zapato marrón y otro negro. A ella qué le importa. No sabía qué zapato me iba mejor con el traje y decidí ponerme uno de cada color. Así no hay problema.

No entiendo a mi vecina. Está todo el día tocándome los huevos. Sólo porque me gusta escuchar ópera a las doce de la noche. Lo hago desde que cumplí dieciocho años todos los días, sin excepción. Al principio lo hacía con auriculares, pero no es lo mismo. Hay que sentirlo, ponerse de pie, interpretar, gritar, sentir, llorar. A veces llega la policía, pero cuando los siento llegar apago la música.... estúpida vecina...

lunes, 17 de marzo de 2008

El Costalero


Todo estaba en su sitio a la hora prevista. El escapulario en el pecho del capataz, el pequeño pendón al frente, justo al lado de Fidel, el hermano mayor. Sobre la peana la imagen de Cristo ataviado con un túnico morado con incrustaciones en hilo de oro. El paso perfectamente adornado por un palio cubriendo la parihuela sobre doce varales. En las esquinas cuatro hachones con guardabrisas. Al frente catorce cofrades inmaculadamente vestidos. Tras él otros veintiséis igualmente impolutos. Bajo el paso veintidós costaleros, entre los que se encontraba él.

Al grito del capataz iniciaron la levantá y comenzaron la primera Chicotá. El balanceo del paso era acompasado, lento, pausado. Una saeta hizo que se detuvieran y bailaran con el paso sobre las doloridas cervicales de los costaleros. Tras la celosía que servía para coger oxígeno pudo observar a una anciana mujer interpretando una saeta religiosa ataviada con una mantilla de Chantillí negra, ancha de encajes, sostenida por una peina de carey. Varios acompañantes lloraban mientras la interpretaba.

Iniciaron la segunda Chicotá con las primeras sensaciones de agotamiento, aun siendo conscientes de que todavía quedaba mucho camino. Les interrumpieron cuatro saeteros más, mientras el resto del tiempo el silencio era desgarrador. Sólo se apreciaba el lloro de algún costalero tras él roto de dolor y emoción.

Veinte minutos sobre el tiempo previsto hicieron la entrada en el templo, entre aplausos, lágrimas y exclamaciones de los miles de fieles devotos.
Una cicatriz de diez centímetros en la cervical y agujetas durante varios días fueron la consecuencia inmediata del paso sobre su cuerpo. En su mente la confirmación de su sentimiento agnóstico. Todo era irreal, veneración de algo que no existe. Sin embargo, agradecerá eternamente a su amigo Gabriel la posibilidad de haber sido costalero de su hermandad. Quedó convencido de que había sido una de las mejores experiencias de su vida.

viernes, 7 de marzo de 2008

Sebastián Romero (1)

Me llamo Sebastián porque a mi madre siempre le gustó la playa de la Concha y me apellido Romero porque mi madre se apellida así. Soy lo que se suele decir un hijo de soltera, aunque yo prefiero llamarlo por su nombre: hijo de puta. Me explicaré.
No tengo apellido paterno porque mi madre no sabe a ciencia cierta quién es mi padre. Nueve meses antes de nacer yo, mi madre se acostaba con seis hombres al mismo tiempo. Su novio, el amigo de su novio, el otro amigo de su novio, el profesor de autoescuela, el vecino de sexto (marido de la presidenta de la comunidad por aquel entonces) y con otro del que no se le conocía oficio ni beneficio y del que no sabía ni el nombre.

Tengo 38 años y un pasado turbulento a mis espaldas. Lo peor de todo es que el futuro no tiene mejor pinta, sobre todo porque la vida no se ha hecho para personas como yo.
El hecho es que me he convertido en un personaje peculiar. Lo admito. Soy de esos tipos que nunca pasan desapercibidos, porque siempre tienen algo de hacer o decir cuando todos callan. Me revelo contra este mundo tan raro en el que nos ha tocado vivir.

Me ducho los lunes, miércoles y viernes. Me afeito los martes y los jueves. El fin de semana no hago ni lo uno ni lo otro. Llevo haciéndolo así desde que tengo uso de razón, es decir, desde los 13 años. Antes era un ser lineal, autómata, apenas hablaba, sólo miraba y asentía. O miraba y lloraba.

No se nadar ni montar en bicicleta y jamás he corrido más de 50 metros seguidos. Cuando salgo a pasear suelo insultar a la gente que me adelanta haciendo footing. No lo puedo remediar, me parece una gilipollez.

Estoy jubilado porque dicen que estoy un poco paranoico. Y yo no protesto porque así no tengo que cumplir horarios. Como no duermo mucho y suelo salir a la calle a primera hora, en ocasiones también insulto a la gente que entra a trabajar a las ocho de la mañana, aunque en esta ocasión lo suelo hacer en voz baja, porque en el fondo ellos no tienen la culpa. Me he propuesto contaros mi vida....

lunes, 3 de marzo de 2008

Espuma


Mientras el avión despegaba sintió que la vida se iba terminando. Hacía balance y pensaba que había sido injustamente tratado. Cuando tenía doce años su padre murió fulminado por un rayo mientras trataba de proteger al ganado de la tormenta, por lo que desde bien pequeño había sido el sustento de una familia numerosa. Su madre y sus seis hermanas siempre fueron su preocupación y su destino. Por que ellas estudiasen él no lo había hecho. Para que ellas fuesen adolescentes, él había sido siempre adulto.

Trabajó sin descanso diecisiete horas al día durante treinta días al mes setenta y ocho años seguidos. Su máxima preocupación siempre fue que el campo diese el alimento necesario para poder comer. Trabajo y trabajo a cambio de poco fruto.

Pasó hambre y frío. Pasó hambre e insolaciones. Superó dos neumonías y sabe Dios cuantas otras cosas. Se casó con la única mujer soltera que conoció. Era la hija de los vecinos de sus padres, e inconscientemente siempre habían sabido que iban a casarse.
Sabina le había dado cinco hijos, pero tres de ellos, justamente los tres varones, murieron antes de cumplir dos meses.
Así que de pronto se vió con una madre, una esposa, seis hermanas y dos hijas a las que amamantar.

Miraba a su hija Isabel que iba a su lado en el avión. Le había dejado el lado de la ventanilla, aunque las nubes le impedían ver nada. Coño, hasta en eso había tenido mala suerte - pensó.
Era la primera y seguramente la última vez que volaba en avión y le hacía ilusión contemplar desde el aire las tierras que con tanto esfuerzo había trabajado tantos años.

Sólo había salido de Matilla de Arzón el día de su boda con Sabina. Se habían casado en Pobladura del Valle y los veinte kilómetros que los separan había sido su único viaje.

Y ahora estaba en un avión, sin saber el destino, asustado, amojamado, arrugado, agradeciendo algo que no sabía, con lo único con lo que sabía mostrar gratitud, su mirada y su afable gesto.

El puto cáncer, del que sólo había oido hablar por televisión, se llevó a su pequeña Raquel sin que tuviese tiempo de hacerle abuelo e Isabel ya habia cumplido los cuarenta sin que se le conociese novio. En una ocasión le dijo que era lesbiana, pero él dijo que no sabía qué significaba eso y que si se iba a morir. Isabel sonrió, le miró a los ojos y le besó en la mejilla.

Había envejecido sin ilusión, como había crecido y como se había hecho un hombre. Y ahora estaba allí, en el avión, llegando a los noventa y uno con más pena que gloria.
Se bajaron del avión y se montaron directamente en un taxi.
Isabel le vendó los ojos, sin hacer caso a las indicaciones de su padre, que protestaba airadamente.

Nada más bajar del taxi caminaron unos metros, Isabel le quitó la venda y se alejó unos pasos.

Arcadio se quedó callado, inmóvil, con los ojos abiertos como luna llena, contemplando lo que siempre había soñado. El ocaso reflejándose en el mar, la suavidad de las olas besando la orilla, la brisa con olor a sal empujando sus mejillas, la mesura de la espuma adornando el azul del mar.

Por primera vez en su puta existencia los ojos se le llenaron de lágrimas y supo que, de un modo u otro, su vida había merecido la pena.