Todo estaba en su sitio a la hora prevista. El escapulario en el pecho del capataz, el pequeño pendón al frente, justo al lado de Fidel, el hermano mayor. Sobre la peana la imagen de Cristo ataviado con un túnico morado con incrustaciones en hilo de oro. El paso perfectamente adornado por un palio cubriendo la parihuela sobre doce varales. En las esquinas cuatro hachones con guardabrisas. Al frente catorce cofrades inmaculadamente vestidos. Tras él otros veintiséis igualmente impolutos. Bajo el paso veintidós costaleros, entre los que se encontraba él.
Al grito del capataz iniciaron la levantá y comenzaron la primera Chicotá. El balanceo del paso era acompasado, lento, pausado. Una saeta hizo que se detuvieran y bailaran con el paso sobre las doloridas cervicales de los costaleros. Tras la celosía que servía para coger oxígeno pudo observar a una anciana mujer interpretando una saeta religiosa ataviada con una mantilla de Chantillí negra, ancha de encajes, sostenida por una peina de carey. Varios acompañantes lloraban mientras la interpretaba.
Iniciaron la segunda Chicotá con las primeras sensaciones de agotamiento, aun siendo conscientes de que todavía quedaba mucho camino. Les interrumpieron cuatro saeteros más, mientras el resto del tiempo el silencio era desgarrador. Sólo se apreciaba el lloro de algún costalero tras él roto de dolor y emoción.
Veinte minutos sobre el tiempo previsto hicieron la entrada en el templo, entre aplausos, lágrimas y exclamaciones de los miles de fieles devotos.
Al grito del capataz iniciaron la levantá y comenzaron la primera Chicotá. El balanceo del paso era acompasado, lento, pausado. Una saeta hizo que se detuvieran y bailaran con el paso sobre las doloridas cervicales de los costaleros. Tras la celosía que servía para coger oxígeno pudo observar a una anciana mujer interpretando una saeta religiosa ataviada con una mantilla de Chantillí negra, ancha de encajes, sostenida por una peina de carey. Varios acompañantes lloraban mientras la interpretaba.
Iniciaron la segunda Chicotá con las primeras sensaciones de agotamiento, aun siendo conscientes de que todavía quedaba mucho camino. Les interrumpieron cuatro saeteros más, mientras el resto del tiempo el silencio era desgarrador. Sólo se apreciaba el lloro de algún costalero tras él roto de dolor y emoción.
Veinte minutos sobre el tiempo previsto hicieron la entrada en el templo, entre aplausos, lágrimas y exclamaciones de los miles de fieles devotos.
Una cicatriz de diez centímetros en la cervical y agujetas durante varios días fueron la consecuencia inmediata del paso sobre su cuerpo. En su mente la confirmación de su sentimiento agnóstico. Todo era irreal, veneración de algo que no existe. Sin embargo, agradecerá eternamente a su amigo Gabriel la posibilidad de haber sido costalero de su hermandad. Quedó convencido de que había sido una de las mejores experiencias de su vida.
7 comentarios:
hola esta muy lindo
lo escrito
ke estes bien
pasate por mi blog
:D
xao
Gracias Rock.blood por tu visita y por tu comentario.
Visitaré tu blog.
El costalero, siempre admirado, respetado y hasta envidiado.
Gracias por estos relatos
Yo no entiendo lo del costalero, hoy estaban todos llorando porque la procesión no salía. Eso es Fe?,a mi me parece todo una feria, como la de Abril.
Apertas gallegas
Dices bien Manu, yo opino como tu.
Abrazos asturianos
Yo no creo que sea cuestión de fe, pero no es una feria. Lloran porque llevan todo un año preparándose, ensayando, y no les queda otra que esperar un años más, o quizá dos. También hay quien llora al perder una final de la UEFA no?
Saludos
Habrá de todo, ¿no? Quien llore porque lleva un año preparándose y no puede salir y habrá quien realmente lo haga por fe.
Un saludo
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